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Criptonacionalista

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Me sorprendió un tanto el tono de algunos comentarios a mi post sobre la existencia de España, como si preguntar tal cosa fuera una blasfemia o herejía de mucha mayor enjundia que cuestionar la de Dios. Estoy dispuesto a admitir que pueda ser una pérdida de tiempo, pero no pasa nada por perder el tiempo con ejercicios de este tipo, ya que al menos valen como gimnasia lógica. De hecho, en este blog me he enredado en discusiones tanto o más bizantinas, que fueron acogidas incluso con regocijo. También dos lectores habituales han tildado la pregunta de retórica, lo que implica que creen –pese a que lo he negado expresamente– que haciéndola no pretendo saber la respuesta, sino reforzar un pretendido argumento del que ya dispongo. De hecho, lo que quería era tratar de dilucidar si lo que llamamos España tenía una existencia mínimamente consistente y, en tal caso, qué era. Pues bien, no he recibido mucha ayuda de mis comentaristas. Tan sólo uno de ellos se ha pronunciado claramente en el sentido de que España es, en efecto, el Estado español (sobre cuya existencia nadie dudamos), añadiendo que no sabe si existe otro algo que sea España, pero ni le importa ni cree que convenga hacer esa pregunta. ¿Por qué?

A lo mejor porque piensa que este tipo de preguntas contribuye a fomentar el discurso nacionalista. Imagino que esta prevención se basa en la obviedad de que cualquier España que exista distinta de realidades concretas –sean institucionales (Estado), geográficas (territorio dentro de unas fronteras) o demográficas (conjunto de ciudadanos con ciertas características objetivas) – se convierte en un concepto vaporoso que enlaza con la tradición romántica del nacionalismo, ésa que viene del volksgeist alemán del XIX, y que más o menos visible, subyace en el fondo de tantos conceptos caros a los nacionalistas (por ejemplo, el derecho de los pueblos a la autodeterminación). Entiendo el recelo mas no lo comparto. Más bien diría que preguntar sobre la existencia de España como nación (lo cual implica preguntarse sobre la existencia de las naciones) es bastante probable que debilite el discurso nacionalista. Pero, en fin, por ir al grano: el caso es que el otro comentarista habitual, cerró irritado su serie de comentarios con la declaración de que el asunto no le interesa (sólo había participado por cortesía) y sorprendiéndose de que a mí me interesara porque le parecía un asunto criptonacionalista.

¡¡¡Criptonacionalista!!! Vive Dios que es la primera vez que me espetan tal calificativo. ¿Qué quiere decirme mi comentarista con este extraño término que no aparece en el diccionario? Cripto, como es bien sabido, es prefijo proveniente del griego cuyo significado es "oculto, poco manifiesto, menos ostensible que de ordinario". En nuestro idioma, todas las palabras que empiezan con cripto hacen referencia a la criptografía o arte de escribir con clave secreta o de modo enigmático. Si el sentido aún no queda claro, basta recordar otra palabra que, aunque ya perdida, tuvo frecuente uso en siglos pasados en nuestro país. Me refiero a criptojudío, que era como se denominaba de modo solemne a quienes, pese a estar bautizados y declararse cristianos, en secreto seguía manteniendo la fe judía y profesando sus ritos y costumbres (en forma más popular se les denominaba marranos). Así pues, un criptonacionalista sería aquél que, aparentando rechazar el nacionalismo, es en el fondo un nacionalista. Supongo que los criptonacionalistas escribimos textos que, como el post anterior, de forma velada e insidiosa fomentan el nacionalismo con mayor eficacia por provenir de alguien que oculta su verdadera ideología.


Si no me agrada que me tachen de nacionalista, mucho menos que digan que lo soy en secreto. Vamos, que me viene a decir que soy un nacionalista vergonzoso, que no se atreve a salir del armario. En otros tiempos tamaña insolencia exigiría una reparación y, probablemente, correría sangre. Hoy, por fortuna, nos tomamos más a chacota este tipo de comentarios pues no es cuestión de estar ofendiéndose a cada momento. Lo cierto es que, como ya he dicho , no pienso que mi anterior post tuviera nada de nacionalista y si algo tengo claro es que no soy nada (o casi nada) nacionalista. Así que la lamentable calificación que he recibido la considero completamente errada y, por tanto, no me doy por aludido. Aún así, no puedo sino alegrarme de que ya no estemos en los siglos XV o XVI y de que las consecuencias de que te llamen criptonacionalista no sean las mismas que cuando a uno lo acusaban de criptojudío. No obstante, cuidémonos de los Torquemadas.

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