Van los de Podemos el viernes y en conferencia de prensa le ofrecen un pacto de gobierno al PSOE, exigiendo la vicepresidencia y unos cuantos ministerios. Se monta la marimorena. Las formas, las formas: así no se hacen las cosas. El PSOE se siente insultado, humillado. Rajoy aprovecha para declinar la oferta del rey de someterse a la investidura (porque la perdería, nada tiene que ver con lo de Podemos). El PSOE entonces se indigna (porque quería que se escenificase la derrota de Rajoy para tener mejores justificaciones para la decisión pactista ulterior). Teatro, lo tuyo es puro teatro. Al menos habrá que agradecer que se esfuercen en hacer algo interesante la trama, en procurar entretenernos a los ingenuos espectadores, a quienes –se supone– los hemos puesto ahí. Yo intuyo que la decisión, si no tomada, se mueve entre pocas opciones. Pero para presentarla hay que preparar el montaje, y a ello han de colaborar los actores (los políticos), sea voluntaria o involuntariamente.
Supongamos –solo supongamos– que existe una élite minoritaria pero poderosa con capacidad para decidir (o influir decisivamente, si se prefiere) la formación del gobierno. Esa élite, a través del control de los medios de comunicación, ya influye en los votantes pero, claro, siempre es más difícil acertar con muchos que con pocos. En todo caso, tal como estaban las cosas (me refiero a la situación de tantos españolitos, la indignación generalizada, etc), los resultados electorales de diciembre no estuvieron nada mal, para la catástrofe que podría haber sido (menos mal que esto no es Grecia, diría más de uno). Pero, desde luego, gestionarlos no era tarea fácil.
En principio, el mensaje básico estaba claro: había que remarcar el esquema bipolar, simplificar todo en una alternativa entre dos opciones: blanco y negro. Más o menos lo de siempre que es lo que funciona; antes eran los dos grandes partidos domesticados, convenientemente etiquetados derecha e izquierda, pero eso no funciona. Así que ahora los bloques son el constitucionalista y el antisistema. Los primeros, los que respetan las leyes; los segundos, la “izquierda radical” y los separatistas. Como es natural, bajo ningún concepto se puede admitir que el gobierno esté controlado, siquiera parcialmente, por los de Podemos y sus confluencias. Pero, de otra parte, parece que de momento no es factible continuar tan descaradamente las políticas económicas del último cuatrienio. El modelo no está en cuestión –no nos engañemos–, pero hay que ralentizar su despliegue, en especial en sus efectos sobre los mecanismos de protección social. Al fin y al cabo, una gran mayoría (absoluta) de votantes lo ha hecho en contra del PP, por más que estos cuenten la película desde el otro lado (hemos sido el partido más votado). Por tanto, primera conclusión a la que imagino han llegado los poderosos muñidores de nuestro futuro político: el PP debe apartarse del gobierno.
Pero todavía no es el momento de declararla; ni siquiera me atrevería a decir que los dirigentes del PP la tengan ya asumida. Lo que conviene es abonar la propuesta “razonable” de la gran coalición, presidida como mandan los resultados por Rajoy. Ciudadanos (que no estoy muy seguro de si se entera de qué va la cosa), apoya la idea e incluso promete el sí, pero siempre que el PSOE al menos se abstenga en la investidura. Los socialistas, mientras tanto, juegan el papel que les toca: oponerse frontalmente a que el PP gobierne y prometer un cambio más radical del que harían en las políticas socioeconómicas; son, sin duda, la alternativa lampedusiana. Tampoco tengo muy claro en qué medida Pedrito Sánchez conoce los límites de su papel porque pareciera que su ambición personal le impulsa a veces a salirse del guión. Pero no preocuparse; siempre se le puede poner en su sitio o quitarlo si hace falta. Los de Podemos que no son nada tontos –creo yo– deben contar con las escasas posibilidades de la continuidad pepera, pero también que las de que ellos entren a cortar el bacalao son igualmente mínimas. ¿A qué apuestan, entonces? No estoy muy seguro; quizá a forzar el abandono del PP y a poner nervioso al PSOE, bien con el poco probable objetivo de alcanzar ese que llaman pacto de progreso, bien para debilitarlo e intentar el sorpasso en unas próximas (y cercanas) elecciones.
Este segundo acto está ahora más o menos hacia la mitad de su desarrollo. Todavía nos faltan algunas escenas que permitan madurar la trama para, bajando y volviendo a subir el telón, dar paso al acto final, al desenlace. No descartemos que la obra se quede sin conclusión y sean necesarias nuevas elecciones, pero de momento no lo creo (de hecho, el que tantos las prevean me parece un indicio más de que no se contemplan en el guión, aunque nunca el futuro inmediato está garantizado). Esas escenas pendientes son las que deben permitir justificar (vender) ante la ciudadanía las dos premisas sobre las que se ha de armar la conclusión: que el PP quede fuera y que los “radicales” también. El próximo gobierno habrá de responder, por tanto, a un pacto entre el PSOE y Ciudadanos. La investidura quedaría garantizada en segunda ronda con la abstención del PP (con toda probabilidad se abstendrían también PNV y Coalición Canaria), lo que daría un resultado de 130 síes y 90 noes. Ahora bien, las escenas que todavía faltan requieren de excelentes interpretaciones (y de buenos guionistas) porque no deja de ser difícil ejecutarlas convincentemente.
El PSOE, y Pedro Sánchez en particular, es quien lo tiene más difícil. Después de tildar a los de Ciudadanos de ser las nuevas generaciones del PP e insistir en que son la alternativa de izquierdas para revertir la política económica de estos cuatro últimos años y blindar el estado del bienestar, les va a costar justificar esa alianza. La estrategia no puede ser otra que exacerbar el carácter “antisistema” de Podemos y convencer de que las exigencias de éstos sobrepasaban “líneas rojas” que no pueden aceptarse pues nos conducen irremisiblemente al desastre. Es decir, no otra cosa que adherirse a la “línea oficial” de los mass media que –no es casualidad– ya viene siendo avalada por importantes voces del partido. Es verdad que, para conseguir la mejor verosimilitud, Pedro Sánchez no es el actor más indicado, así que ya veremos si le dejan seguir en la obra o hay algún cambio en el reparto (atentos a la ejecutiva federal del sábado y la evolución de los mensajes de los socialistas en los próximos días).

¿Y qué pasa con los de Albert Rivera? Pues que estarán encantados de contribuir a esta solución en cuanto se la propongan. Son, al fin y al cabo, la pieza necesaria para completar el puzzle, pero ni pinchan ni cortan en el arreglo. Por supuesto, bastaría con que votaran sí y no entraran en el gobierno, pero dejar al PSOE en solitario no es aceptable para vender la solución: se requiere que, en aras de la gobernabilidad y del bien del país, otra fuerza con representatividad significativa se involucre. La presencia de Ciudadanos en el futuro gobierno, además, es un aval importante para garantizar la “razonabilidad” de las futuras políticas, máxime ante los guiños continuos que se han intercambiado en los últimos días entre Podemos y el PSOE. Con estos argumentos, al amigo Albert no le costará demasiado esfuerzo desdecirse de aquello tantas veces repetido de que Ciudadanos no entrará en ningún gobierno presidido por el PP o el PSOE.

Puedo equivocarme, desde luego, y que en un par de meses, al no haber habido acuerdo, tengamos elecciones. Sin embargo, es más que previsible que el Congreso resultante sea igual de complicado que el actual. Los únicos cambios significativos que de momento se prevén es aumentos del PP (a costa de Ciudadanos) y de Podemos (a costa del PSOE). En ese marco, manteniéndose el rechazo al PP y la inadmisibilidad de Podemos, el pacto de gobierno que ahora intuyo sería mucho más difícil de asumir (tanto para el PP como para el PSOE). Es decir, que mucho menos costoso (desde todo punto de vista) es adoptar el acuerdo en esta etapa. Pero, en fin, ya veremos …