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Infalibilidad y falsos Papas

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"...con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por lo mismo, las definiciones del Obispo de Roma son irreformables por sí mismas y no por razón del consentimiento de la Iglesia. De esta manera, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de contradecir ésta, nuestra definición, sea anatema". (Constitución Dogmática Pastor Æternus, promulgada por el Papa Pío IX el 18 de julio de 1870, tras su elaboración y aprobación por el Concilio Vaticano I).

Por tanto, el Magisterio de la Iglesia (el conjunto de proposiciones establecidas por el Papa o los Concilios) han de considerarse como verdades inmutables. Si alguna enseñanza eclesiástica –declarada ex cathedra, claro– fuera falsa, el Papa no sería infalible. Con la misma argumentación, un Papa no puede declarar, hablando ex cathedra, nada que contradiga el magisterio inmutable de la Iglesia. Si lo hiciera, estaría errando; pero no puede errar, porque es infalible. Llegaríamos pues a una contradicción que solo admite dos soluciones lógicas: o los Papas no son infalibles o, si lo son, el Papa que contradice cualquier verdad de la doctrina de la Iglesia no es Papa; es un falso Papa. Yo creo, claro, que los Papas no son infalibles y que al establecer este dogma Pío IX metió a la Iglesia en un fregado bastante incómodo (como ya le advirtieron los más preclaros de sus contemporáneos). Pero lo cierto es que la infalibilidad del Papa es dogma, verdad que han de creer todos los católicos (fue confirmada en el Concilio Vaticano II). Lo cual conduce inexorablemente a la segunda alternativa lógica.

Tal fue lo que ocurrió a causa del Concilio Vaticano II que, como es sabido, supuso una profunda renovación de la Iglesia Católica. Muchos católicos se sintieron profundamente disgustados con los cambios y unos cuantos –el más famoso fue el obispo francés Marcel Lefebvre– se mantuvieron firmes en esa oposición durante el resto de sus vidas. Los muy varios desafectos al Vaticano II fueron bautizados grupalmente como católicos tradicionalistas que, como toda etiqueta, engloba posturas bastante distintas entre sí. En todo caso, la gran mayoría de ellos, con los años (el tiempo todo lo cura y ya ha pasado más de medio siglo) han ido amoldándose en el seno matriarcal de la Iglesia y han dejado de ser considerados desobedientes por la jerarquía romana (mucho menos, cismáticos). No obstante, hay una posición teológica que obviamente no es admisible y es la que se denomina sedevacantismo. El nombre expresa sin ambages lo que sostienen: que la sede papal se encuentra vacante o, lo que es lo mismo, que quien la ocupa con el título de Papa es un usurpador, no es un verdadero Papa.

Aunque recuerdo haber conocido en mi adolescencia (todavía con el Vaticano II cercano) curas que con más o menos disimulo refunfuñaban contra los nuevos aires posconciliares, no llegué a enterarme de que los disensos llegaron a los extremos de negar la legitimidad de todos los Papas a partir del bueno de Juan XXIII. El otro día, en medio de otras búsquedas, me topé con la web de una organización sedevacantista llamada el Monasterio de la Sagrada Familia que, por lo visto, lleva funcionando en Estados Unidos desde finales de los sesenta. Su sitio web, según sus propias palabras, “está dedicado a defender y propagar la fe católica, tal y como fue enseñada y definida por las enseñanzas magisteriales de los Papas a través de la historia. También está dedicado a desenmascarar en detalle la pseudo-“Iglesia” post-Vaticano II y la Nueva Misa. Estas últimas pretenden ser católicas, pero no lo son”. Ahí he visto un video de media hora que titulan “Lo que Francisco realmente cree” en el que pretenden demostrar que es un hereje y un falso Papa. Lo cierto es que prácticamente todas las ideas del Papa que citan calificándolas de heréticas por opuestas al magisterio de la Iglesia son justamente las que a muchos cristianos les han generado más ilusión, viéndolas como aires de renovación en la buena dirección. Por ejemplo, las declaraciones de Francisco de tolerancia e intento de confluencia hacia otras religiones (en especial las cristianas), en las que se niega a condenar a los homosexuales, su insistencia en el amor y el perdón antes que en el castigo …


Al acabar de ver ese video, uno se pregunta si esta gente tendrá seguidores bastantes. Porque si los tiene es que hay muchos a quienes los que le motiva es el odio, mucho más que el amor. Y es que lo que queda claro es que, al margen de la discusión sobre cada frase concreta (citan muchas) y su grado de ortodoxia, los del Monasterio de la Sagrada Familia parecen defender una Iglesia de la intolerancia, de la punición, del rechazo, del odio. Quizá deberían leer más el capítulo 13 de Corintios, que podríamos adaptar diciendo que “aunque fuera infalible, si no tengo caridad, nada soy”. Pero además de sorprenderme de que existan católicos defensores de esa Iglesia vetusta que tanto daño ha hecho a la humanidad y que debería desaparecer, hemos de entender que éstos no son sino un producto de la propia Iglesia, hijos de sus doctrinas, le guste o no a quienes ahora aplauden a Francisco. Lo cierto es que lo mejor que podría hacer la Iglesia Católica es derogar el dogma de la infalibilidad papal y admitir que, como institución humana que es, está sujeta a errores y por ello, puede luego corregirlos, sin atarse per saecula saeculorum a dogmas del pasado.

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