Nuevo escándalo, nueva ofensa a los sentimientos religiosos de los católicos. Este pasado lunes veintisiete se celebró la vigésima Gala Drag Queen, el plato fuerte del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. El espectáculo, de unas tres horas de duración, congregó en el Parque de Santa Catalina de la capital canariona a unas seis mil personas. A lo largo de estas dos décadas, la Gala se ha convertido en una referencia importante en el entorno LGBT –sobre todo, obviamente, en el mundo del transgénero– con una descarada voluntad reivindicativa y transgresora. El espectáculo consiste en las actuaciones sucesivas, de tres minutos cada una, de los dieciséis aspirantes a reinona del carnaval, quienes bailan con unas coreografías muy trabajadas, embutidos en unos disfraces espectaculares y alzados sobre unas plataformas vertiginosas (que no les impiden saltar y abrirse de piernas, demostrando una flexibilidad y forma física envidiables). La Gala fue transmitida por RTVE por La 2 y también por su canal internacional; la audiencia fue de 700.000 personas (de La 2, sin contar los televidentes de fuera de España), la cual parece que es más que aceptable. Yo no fui de los que seguí la gala en directo (la verdad es que no soy mucho de este tipo de espectáculos) pero, vista la polémica subsiguiente y gracias a Youtube, me la he tragado en diferido para poderme formarme mi propia idea sobre el asunto.
El escándalo, como ya sabrán casi todos, fue debido a que uno de los concursantes presentó el número llamado “¡Mi cielo! Yo no hago milagros, que sea lo que Dios quiera”, en el cual salía a escena disfrazado primero de Virgen María (y con la música de la en su día también escandalosa canción de Madonna) y luego se convertía en un Jesucristo crucificado, con una corona de espinas y la lanzada en el costado, que aparecía mientras una voz recitaba el padrenuestro y luego pronunciaba unas frases insinuantemente obscenas (“¿quieres mi perdón? Agachate y disfruta, siéntelo en tu boca, arrodíllate”). Al margen de los dos disfraces y del breve y ambiguo comentario, la actuación no añadió ninguna ofensa explícita al cristianismo; fue una actuación de bastante alta calidad coreográfica, sin duda entre las mejores de las que se realizaron esa noche. El protagonista se llama Borja Casillas –nombre artístico Drag Sethlas–, natural de Las Palmas de veintiséis años, profesor de baile y maestro de educación infantil que, para más cachondeo está haciendo un curso llamado “Declaración Eclesiástica de Competencia Académica” para poder dar clases de Religión en colegios concertados y privados. Según dice en una entrevista, tenía la fantasía de hacer un show con la Virgen y Jesucristo desde hace tiempo; reconoce que quería provocar pero con intención estrictamente artística, sin voluntad de ofender ni tampoco de enviar ningún mensaje a la Iglesia (que acepte a los feligreses homosexuales, por ejemplo). Añade que para él ha sido una forma de expresarse, de hacer algo diferente; el arte es arte, punto.
El escándalo, como ya sabrán casi todos, fue debido a que uno de los concursantes presentó el número llamado “¡Mi cielo! Yo no hago milagros, que sea lo que Dios quiera”, en el cual salía a escena disfrazado primero de Virgen María (y con la música de la en su día también escandalosa canción de Madonna) y luego se convertía en un Jesucristo crucificado, con una corona de espinas y la lanzada en el costado, que aparecía mientras una voz recitaba el padrenuestro y luego pronunciaba unas frases insinuantemente obscenas (“¿quieres mi perdón? Agachate y disfruta, siéntelo en tu boca, arrodíllate”). Al margen de los dos disfraces y del breve y ambiguo comentario, la actuación no añadió ninguna ofensa explícita al cristianismo; fue una actuación de bastante alta calidad coreográfica, sin duda entre las mejores de las que se realizaron esa noche. El protagonista se llama Borja Casillas –nombre artístico Drag Sethlas–, natural de Las Palmas de veintiséis años, profesor de baile y maestro de educación infantil que, para más cachondeo está haciendo un curso llamado “Declaración Eclesiástica de Competencia Académica” para poder dar clases de Religión en colegios concertados y privados. Según dice en una entrevista, tenía la fantasía de hacer un show con la Virgen y Jesucristo desde hace tiempo; reconoce que quería provocar pero con intención estrictamente artística, sin voluntad de ofender ni tampoco de enviar ningún mensaje a la Iglesia (que acepte a los feligreses homosexuales, por ejemplo). Añade que para él ha sido una forma de expresarse, de hacer algo diferente; el arte es arte, punto.

Entiendo perfectamente que disfrazarse de la Virgen o de Cristo crucificado en el contexto de un show de este tipo resulte ofensivo para los sentimientos de los católicos. Pero volvemos al debate eterno entre libertad de expresión y respeto a determinados símbolos. En este caso, está clarísimo que no puede haber causa penal, dado que no se cumplen los requisitos que para ello exige el código penal. De otra parte, es un hecho más que demostrado que la provocación es un componente habitual –si no imprescindible– de muchísimos espectáculos; hay que llamar la atención y, como cada vez estamos más acostumbrados a las barbaridades, el nivel de la provocación, para que ésta se produzca, ha de irse elevando continuamente. Quiero decir que no creo que en este tipo de situaciones la voluntad del “artista” sea ofender, sino simplemente para provocar. Y si para ello recurre a referencias religiosas es porque sabe que en ese campo juega sobre seguro, tiene el escándalo garantizado. Por eso, quizá habría que recomendar a los católicos que procuren entrar al trapo lo menos posible; de ese modo las polémicas no serían tan llamativas (yo, como muchos otros, habría pasado de ver la blasfema actuación) y, poco a poco, se iría desactivando ésa que algunos consideran agresividad tolerada contra los valores cristianos (también podrían, por cierto, reflexionar si esa agresividad que algunos detectan y denuncian no tiene sus raíces en comportamientos de la propia Iglesia, no tanto para justificarla pero sí para entenderla). En todo caso, lo que desde luego no es de recibo –y tampoco nada compatible con el mensaje evangélico– es considerar más triste el “triunfo de la frivolidad blasfema” que la muerte de 154 personas en un trágico accidente aéreo. Si es que prelados así parecen surtidores de gasolina para incendiar iglesias
PS: Con motivo de este post he buscado algo de información sobre este evento del carnaval canarión y así me he enterado de que su origen como acto oficial auspiciado por el Ayuntamiento de Las Palmas procede del gobierno municipal presidido por el ínclito José Manuel Soria, que después de alcalde tuvo fructífera carrera política hasta encallar en Panamá. Parece que fue un "invento" de la entonces concejala de Cultura, Josefa Luzardo, con la finalidad de "modernizar" el carnaval y promocionarlo hacia el exterior.
PS: Con motivo de este post he buscado algo de información sobre este evento del carnaval canarión y así me he enterado de que su origen como acto oficial auspiciado por el Ayuntamiento de Las Palmas procede del gobierno municipal presidido por el ínclito José Manuel Soria, que después de alcalde tuvo fructífera carrera política hasta encallar en Panamá. Parece que fue un "invento" de la entonces concejala de Cultura, Josefa Luzardo, con la finalidad de "modernizar" el carnaval y promocionarlo hacia el exterior.