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Pobre niña rica (1)

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En los Estados Unidos no hay aristocracia: Los artífices de la Independencia y de los principios políticos de las nuevas repúblicas se alzaban contra la monarquía y tenían bastante tirria a emular allende el Atlántico el catálogo de títulos nobiliarios británicos. No obstante, a falta de nobleza formal, no se puede negar que existen unas cuantas familias que conforman una aristocracia real norteamericana. Edie nació en el seno de una de las más importantes, los Sedgwick, descendiente directa de Robert Sedgwick, general mayor de la colonia de Massachusetts en el XVII. Además, por la rama materna, tampoco andaba coja de apellidos ilustres, pues provenía de Jessé de Forest, uno de los fundadores de la compañía holandesa de las Indias Occidentales e impulsor del asentamiento de lo que luego sería Nueva York. Edie, séptima de ocho hermanos, nació en Santa Bárbara, California, y como correspondía al estatus y riqueza de su familia, fue criada en enormes ranchos con institutrices y profesores privados. Sin embargo, los ricos también sufren (o la riqueza no da la felicidad) y en la infancia de Edie, plena de sinsabores, nacieron los traumas que arrastraría durante el resto de su corta y atormentada vida.

Seguramente, el principal culpable de la infelicidad de esa pobre niña rica fue su propio padre, Francis Minturn Sedgwick, Fuzzy, un maniaco-depresivo que ejerció, tanto sobre su mujer como sobre su numerosa prole, una disciplina dictatorial. Sin embargo, como no es inusual ante padres de este tipo, los hijos sentían hacia él una adoración reverencial combinada con el sempiterno temor a sus reacciones. Ya en su temprana adolescencia, Edie sufría compulsivos trastornos alimentarios: se daba atracones y enseguida se forzaba a vomitar lo comido. Por entonces no se había inventado el término bulimia, pero hasta Fuzzy tuvo que admitir que su niña tenía "problemas nerviosos". De hecho, cuando con quince años fue enviada a una prestigiosa escuela de Maryland tuvo que ser devuelta al opresivo aislamiento de la espaciosa cárcel familiar debido justamente a esos trastornos. Algún tiempo después viviría el incidente que probablemente la separaría afectivamente de su padre: lo sorprendió follando con una vecina y, cuando se lo contó a su madre, Fuzzy la abofeteó, tildándola de mentirosa y forzó a un médico a que la atiborrara de tranquilizantes. Su estado mental debió quedar muy tocado, tanto que en 1962 –ya tenía diecinueve años– fue internada por la familia en la clínica psiquiátrica privada de Silver Hill, en Connecticut. Para entonces sufría un cuadro anoréxico grave que empeoró en esa institución, de modo que la cambiaron a un centro de Bloomingdale dependiente del Hospital de Nueva York. Al salir de su larga reclusión psiquiátrica (casi un año), es una chica preciosa e inestable. Para mejorar las cosas, queda embarazada de un estudiante de Harvard y aborta con la ayuda de su madre.

En otoño del 63, Edie se traslada a Cambridge para estudiar arte en el Radcliffe College, bajo la tutela de una prima mayor, Lily, escultora de cierto prestigio que había estado casada con Eero Saarinen, uno de los grandes nombres de la arquitectura del siglo pasado (su obra más conocida es la terminal del TWA en el aeropuerto JFK de Nueva York). En la universidad, su belleza, su glamour de rica heredera, su excentricismo, la convierten en la chica más deseada, aunque, según testimonio de su prima, se muestra muy insegura con los hombres. Protegida y vigilada por su influyente familia, Edie se integra en los grupos más bohemios del campus y siempre, según cuentan, era el centro de atención, como si su presencia emanara un aura especial. Supongo que a su popularidad contribuía su evidente desorden emocional, manifestación de sus heridas anímicas, que se expresaba en comportamientos excesivos, desde la búsqueda histérica de diversión hasta los bajones depresivos. Con sus inconfundibles gafas oscuras conducía a toda velocidad su Mercedes 190 SL, tonteando con el desastre. Escandalizó a su familia cuando fue sorprendida enrollada con una de sus modelos de escultura, lo que sumaba a su gusto por juntarse con estudiantes gays. Durante su estadía en Cambridge, seguía bajo supervisión psiquiátrica con la constante amenaza de una nueva reclusión.

En Cambridge, Edie conoció a Chuck Wein, unos años mayor que ella y que por entonces, aunque ya se había graduado en Literatura, seguía viviendo en el campus manteniendo una afectada pose bohemia. Por lo que conozco de su comportamiento en esos años y durante el resto de su carrera, el tal Wein no me cae nada simpático; se me antoja el clásico arribista dispuesto a manipular al que le conviniera con tal de conseguir sus fines. De hecho, así parece que hizo con Edie, de quien se ganó su confianza porque probablemente vio en ella un pasaporte seguro para acceder al mundillo artístico neoyorkino. Desde luego, no sucumbió a sus encantos femeninos –era homosexual– sino que, por el contrario, supo encandilarla y ganarse plenamente su confianza, al menos hasta el desagradable rodaje de Beauty#2. En otoño del 64 la convence de que deben mudarse juntos a Nueva York para sumergirse en el mundillo artístico; hasta que Edie alcance el éxito que merece, puede compaginar su vocación con trabajos como modelo. Nuestra chica, en efecto, se entusiasma con residir en la Gran Manzana. A sus padres les cuenta que se traslada para enfrascarse en su carrera artística (no les gusta nada, pero mucho menos si les hubiera dicho que quería meterse en los mundos de la moda y el espectáculo) y pasa alojarse en un apartamento de la abuela materna, de la cual también recibe una sustanciosa herencia que se gasta casi totalmente en pocos meses. El apartamento, según contó una de las amigas de esa época, era un verdadero maremágnum, atiborrado de infinidad de cosas, especialmente ropa, en absoluto desorden. Sobre el suelo, enormes lienzos sobre los que Edie pintaba compulsivamente, a modo de justificación, incluso ante sí misma, que su vocación era el arte. La hiperactividad eufórica de esos primeros meses no era, sin embargo, más que el intento de escapar de sus demonios.

Hay que dejar ahora constancia de dos desgracias familiares que preceden, marcándola, a la chica que se convertiría en la mujer del año 1965 para la revista Vogue. Su hermano Minty (Francis), cinco años mayor que ella y al que adoraba, se había ahorcado a principios del 64 en el hospital psiquiátrico de Silver Hill. Minty era homosexual y cuando, adolescente, se lo confesó al despótico padre, éste lo insultó indignado. El caso es que ya a los quince años el chico era alcohólico y desde principios de los sesenta, siguiendo la que parece que era norma en esa familia empezó su peregrinaje por sucesivas instituciones, con intermitentes salidas que sólo valían para comprobar que su salud mental no mejoraba en absoluto. La noche antes de suicidarse, a un día de su vigesimosexto cumpleaños, llamó a Edie, la hermana a la que estaba más unido. Otro hermano mayor, Bobby, también arrastraba problemas psiquiátricos, al menos desde su estancia en Harvard, y también –cómo no– continuos enfrentamientos con el patriarca Sedgwick. En la noche vieja de 1964 conducía sin casco su Harley Davidson en Manhattan y se empotró contra un autobús, muriendo doce días después. Edie siempre pensó que no se trató de un accidente, sino de un suicidio. Casualmente, esa misma noche ella misma tuvo también un accidente de tráfico, pero salió ilesa. Éstas eran las circunstancias del alma de Edie Sedgwick al iniciarse el decisivo año de 1965, en el que conocería a Andy Warhol y saltaría vertiginosamente a la fama.

 
Femme fatale - Velvet Underground (The Velvet Underground & Nico, 1967)


Este tema fue compuesto por Lou Reed, a petición de Warhol, pensando en Edie (lo canta Nico, quien la sucedería en la nómina de las divas de The Factory).

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