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Izquierda radical

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Con arrogante desprecio, los comentaristas respetables repiten el término "la izquierda radical" para descalificar a algunos de los grupos políticos que, aunque existen desde hace mucho, han adquirido presencia y apoyo popular a raíz de la indignación generalizada debida a la crisis económica y, sobre todo, a los efectos de su gestión. El sistema construido en este país durante la Transición –con el permiso y bajo la dirección de mentores foráneos– se basaba en la presencia de dos grandes bloques que cubrirían el tramo admisible del eje derecha-izquierda. Depurar los extremos ideológicos se nos vendió como exigencia de higiene democrática (la herencia franquista) y, cuando esto no terminaba de casar gracias al aggiornamento de los partidos comunistas europeos en los setenta, como necesidad de la modernidad económica. Así nos diseñaron una socialdemocracia edulcorada que desactivara a los comunistas, la única izquierda que tenía arraigo real a la muerte de Franco, en calculados pasos descafeinadores (Congreso de Suresnes, abandono del marxismo, defensa de la OTAN, etc). Más costó la consolidación del bloque alternativo, que tuvo escaso éxito en articularse en torno a un esquema de democracia cristiana a la italiana, debido al atomismo disgregador que prevaleció en UCD y también a que Adolfo Suárez salió respondón. Hubo pues que recurrir a la antigua Alianza Popular, una vez jubilados quienes por su historial no eran presentables, y tras el necesario cambio de nombre. Completaron el abanico los partidos nacionalistas, nota exótica de nuestro españolísimo gusto por lo centrífugo, que valían para hacer viables gobiernos en minoría de PSOE o PP a cambio de dejarles hacer los convenientes apaños en sus propias casas.

Así las cosas, desde la primera victoria del PSOE y coincidiendo con la consagración ideológica del nuevo orden mundial de la economía neoliberal (Reagan y Thatcher bajo el sustento académico de la Escuela de Chicago y los seguidores de Hayek), la izquierda que rechaza el capitalismo prácticamente desapareció de nuestro panorama político o, al menos, del parlamentario. Quedaba, eso sí, el Partido Comunista y sus desesperados intentos para hacer confluir en un movimiento unitario las distintas tendencias "izquierdosas" y sus derivaciones según corren los tiempos. Pero aunque las coaliciones de Izquierda Unida han sido desde 1986 la tercera fuerza más votada en las Generales (oscilando entre un 5 y un 10% de los votos válidos), la antidemocrática circunscripción provincial ha hecho que no tenga la representación que proporcionalmente le debería corresponder (del 0,3 al 6%), lo que ha permitido que sus propuestas fueran impunemente despreciadas, desoyendo el único discurso que se oponía al implacable proceso de endurecimiento del capitalismo, en cuyo fase más álgida (por el momento) nos encontramos. Sin duda, el reforzamiento del sistema es consecuencia fundamental de la lógica del capital, por muy suicida que ésta sea. Pero lo que quisiera resaltar es el éxito que ha tenido en este proceso la justificación ideológica, hasta el punto de que se ha logrado que las dos palabras que dan título a este post –izquierda radical– sean asumidos por el común de los sumisos ciudadanos como una descalificación en toda regla. Tanto que los que han sido capaces de concentrar el descontento de la crisis –me refiero, claro, a Podemos, aunque estén de capa caída– reniegan como de la peste de ser así caracterizados, aunque del sambenito ya no se libran (también la independentista CUP catalana o los valencianos de Compromis se han hecho merecedores de este epíteto).

Me parece triste que los acomodaticios del sistema (el más destacado el PP, pero no excluyan a ningún otro; tampoco a Ciudadanos) hayan conseguido que un adjetivo que debería ser elogioso pase a ser un insulto. Un radical es quien va a las raíces, a lo fundamental o esencial de los asuntos (estas acepciones primeras han sido alevosamente desplazadas por la de "extremoso, tajante, intransigente"). Y, a mi modo de ver, nada es más digno, tanto moral como intelectualmente, que afrontar la raíz de los problemas. Y la raíz de nuestra situación es el capitalismo, en especial en su manifestación actual (sin casi sujeciones). Por tanto, cualquier partido de izquierda debería plantear reformas radicales del sistema capitalista que nos conduce a pasos acelerados a la catástrofe. O dicho de otra forma: ser de izquierdas, para mí, es necesariamente ser anticapitalista y eso no equivale a defender el modelo de la extinta Unión Soviética, de Corea del Norte, Cuba o Venezuela. Naturalmente, una cosa es diagnosticar que la raíz de nuestros males es el capitalismo y otra plantear un programa electoral revolucionario a plazo inmediato. Nadie, ni siquiera los de IU que son quienes a mi juicio presentan propuestas más congruentes, hace eso. Se trata de proponer políticas posibilistas, dirigidas justamente en la línea opuesta a la que han ido los acontecimientos durante las últimas décadas. Pero, atención, todo lo que sea cuestionar las reglas básicas del actual modelo o sugerir la más mínima regulación de sus fuerzas desbocadas pasa a ser calificado de "izquierda radical" y se augura con absoluto convencimiento (y, lo que es peor, con muy alta capacidad de convencimiento) que ello sólo nos llevará a la más espantosa de las ruinas. De esta manera, está garantizado un consenso bastante amplio de que no hay alternativa a este libre (que para nada lo es) mercado global; tan sólo actuaciones maquilladoras de política social, siempre que la macroeconomía lo permita.

No está de más recordar que las moderadas propuestas de la izquierda española (los de IU y los emergentes como Podemos, aunque se nieguen a reconocerse en ese lado, como si la clasificación izquierda-derecha hubiera quedado obsoleta) eran plenamente aceptadas en la Europa de la posguerra mundial e incluso en la España de la Transición. Ahora va a resultar que el PSOE de Felipe González, a pesar de renegar del marxismo y de esforzarse por seguir las instrucciones de sus capataces alemanes, sería hoy un partido radical (¿qué diríamos entonces de los socialistas del la II República?) No, señores, lo que ha pasado es que el ámbito del pensamiento ideológico ha estrechado muchísimo su margen y se ha desplazado un buen trecho hacia la derecha; porque sí, desde luego que sigue siendo válido hablar de derecha e izquierda. Ahora sólo parece que es admisible el Centro (el PP se declara de centro-derecha y el PSOE de centro-izquierda), aunque ese centro se habría considerado muy a la derecha hace treinta o cuarenta años. Los demás son apestosos radicales antisistema a los que el sensato pueblo español no debe prestar oídos. Y, repito, lo malo es que esa demagogia que consumimos a todas horas con graves efectos sobre nuestra capacidad crítica y pensante tiene éxito, No estaría mal que alguno de los así calificados plantara cara y afirmara: sí, claro que soy un radical de izquierda, claro que soy un antisistema, y a mucha honra.

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